texto para el folleto de mano de El lugar y el mito, diálogo contemporáneo a partir del mito de Don Juan, de Paola De Diego.
¿Dónde nos encontramos? ¿Quiénes somos como espectadores? ¿Qué buscamos? ¿Qué se prende cuando se cierra el telón? ¿Qué queda dentro de nosotros una vez que acaba el espectáculo? Fue el dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht quién contaba que es el teatro el lugar donde no se dan juicios, conclusiones y respuestas, sino donde se plantean las preguntas. Y puede que sean las preguntas que surgen una y otra vez las que nunca dejen de darle forma, las que hagan de él un espacio único y maleable, recién hecho, un artefacto que nunca deja de crecer, romperse y reinventarse. Una voz sentencia en El Burlador de Sevilla: “También es camino este”. No dejan de ser estos lugares y mitos que aquí se presentan una nueva senda llena de palabras, seres y organismos, pero que conllevan, a su vez, nuevas preguntas. Somos los espectadores, en este punto, parte de un engranaje vivo, universal, que nunca, nunca se detiene. ¿Sin nuestros cuerpos sería posible la obra? ¿el paisaje? ¿la voz? ¿la misma palabra escrita y contada? Materia atravesada somos, y como Don Juan, incluso, más allá de los límites de la representación, formamos parte de linajes y sistemas que seducen, manipulan, extraen, contaminan, mancillan, toquetean, engañan y transforman. Quizás llegó la hora de cuestionar lo establecido y dejarse llevar sin miedo por entablar nuevas conversaciones fuera del centro, del poder, del mismo escenario. Una y otra vez regresamos a las historias antiguas, estamos sedientos, deseosos de nuevos futuros, de otras posibilidades. Ahora nos rehacemos sin reparo, queremos sacar los textos de nuevo, repensarlos desde otros lados, en los cuales podamos sin miedo romper jerarquías, lógicas y relatos construidos sobre los mismos cimientos antropocéntricos, extractivistas, coloniales y occidentales. Futuros sorprendentes nos aguardan si aceptamos la invitación a estos nuevos ejercicios de atención que nos sacuden, que nos interpelan a nuevos procesos y diálogos constantes desde otros vértices y comienzos. Tal vez no hay mejor sitio para ello que el teatro: un espacio de encuentro, pero a la vez colisión, donde las grietas tras la fractura también pueden albergar – no solo a nosotros- nuevas costumbres, dinámicas, cuerpos y relatos. Es la interrogación, la simple duda, un campo que se abre y no limita ni impone, un halo de luz desde el que podemos repensar el territorio no desde la dominación, el saqueo o la propiedad, -aquí no vale un nosotros imponente desde fuera y desde arriba-, sino un todo, una mixtura sin distinción en el que podamos jugar y temblar, en el que podamos inclinarnos, contemplar, elegir, abrirnos a ser rama, canto, germen, micelio, espora, vuelo, oruga, musgo o raíz. También los vínculos, las conversaciones y los afectos se encuentran llenos de prejuicios y jerarquías, y por mucho que nos pese, no dejamos de ser, sin remedio, las historias que nos contamos. Inconscientemente, muchas veces sin quererlo, en algún momento o circunstancia hemos sido don juanes para otros, somos parte de un conglomerado que atraviesa territorios y cuerpos como el personaje, que, a través de la seducción, trucos, palabrerías y engaños, depreda y caza los honores de toda mujer a la que termina reduciendo a simple objeto y capricho bajo las falsas promesas del amor eterno y el compromiso. Vivimos, sobrevivimos, habitamos muchos parajes que han sido convertidos en zonas de sacrificio por la producción y el beneficio, y también, aunque nos sorprenda, por la belleza. A través de ella, y por alcanzarla, contemplando solo el fin, hemos transformado y maltratado cuerpos, recursos, seres, paisaje. En estas tablas no son solo actores y actrices los que realizan su función, nos reciben diferentes especies vegetales, naturales y artificiales abrazando plástica, texto, movimiento y representación, cuestionando los paisajes asimilados y preconcebidos. Nunca podríamos encontrarlas conviviendo juntas, afuera, en este estrato en el que hoy vivimos, pero, ¿no somos nosotros acaso esa especie que no termina de llenar los ecosistemas de especies invasoras, diálogos y amantes? Esta disposición podría ser faro, luciérnaga que nos invita, un primer paso para rebelarnos contra el silencio, lo establecido y la domesticación. Y no vale fuimos, sino somos, el porvenir se hace a base de latidos y dudas, con los gestos de aquellos y aquellas que hicieron posible un ayer. Nos toca a otras usar otros ritmos, otras brújulas, despojarnos del miedo y la vergüenza, habitar una nueva casa viva, hecha de otros y otras, donde no convivan recelos ni espantos por mostrar los silencios, los rotos y zurcidos, los titubeos y las fragilidades. De vulnerabilidad e interdependencia estamos hechos e irremediablemente unidos, por mucho que le pese a aquellos que orbitan alrededor de un sistema que hoy nos deshonra y maltrata. Y aquí vuelve el mito: convirtámonos en salamandras, más bien en toda la ficción que las envuelve y que hoy puede articularlas de nuevo en estos tiempos de emergencia climática y pandemias. Contaba la creencia que estos anfibios pueden resistir al fuego. Ellas representaban renacimiento y pasión, la asombrosa capacidad de resistir ante las llamas. En esa resistencia tal vez pueda hallarse una nueva forma de pensar y vivir los espacios, otro modo de esperar sin urgencias todas las palabras y pensamientos que quedan aún por brotar. Para que haya un futuro tiene que haber un ayer, entre ellos se tejen a su vez los fantasmas que un día atormentaron al burlador y en los que nos convertiremos un mañana. En el nacimiento de toda obra, palabra, voz, gesto y acción, hay posibilidad de nuevas partículas, ideas con las que podremos elaborar otros textos, otras vidas, otros movimientos, transformarnos así en semillas que germinen entre nuevos senderos y relatos fuera de expolios y centros. Podría ser este proyecto de Paola de Diego, que comienza a crecer ya aquí, entre estas palabras, un amoroso proceder, una nueva deriva, un rehacer sin prisa, entre cuidados, vínculos y afectos, un dibujo que comienza a trazarse, que contemple en el agua el reflejo de lo que un día cualquiera nos gustaría ser. Otros espacios podrán surgir si damos cobijo a otras palabras y presencias, por ejemplo, a un árbol, en un lugar como es este. El teatro, casa única- para vivos y muertos- alberga cada día una multitud diferente llena de multitudes que conversan y reciben mañanas e historias que también son posibles en las palmas de sus manos.