Mesuras de luz

*texto para The Brooklyn Rail

No se reconocen. No se tantean. No se escuchan. Hay espacios alrededor que configuran nuestros paisajes diarios, pero no forman parte de nuestras querencias, nunca entablaremos con ellos una conversación. No fue hasta hace unos años que descubrí que los montes, solanas y umbrías por las que caminaba tenían nombre propio. Para otros eran tierras sin más, para mí el sitio donde crecen y viven los alcornoques y encinas de mi familia. A todos ellos los reconocía, eran otra rama más de mi clan vegetal. No así el sustrato que los sustenta y los vio nacer. Detrás de este parentesco de raíces, corcho y bellotas, los nombres de los lugares que siempre escuché, pero a los que nunca les hice demasiado caso: “Umbría Jurao,” “la solana de Flores,” “el llano Gabino,” “la umbría de Monini,” “la solana de Joseilla” … Todos ellos llevan el nombre de la familia que vivió allí en un tiempo que ahora, puede que vemos demasiado lejano. Una casita pequeña, un chozo, a veces quedan algunas piedras desperdigadas. Si una se para, consigue adivinar donde segaban, cuantas piedras apartaron para hacer posible un arado desnudo para la cebada, el trigo, el pequeño huerto, surcos indispensable para subsistir. También de testigo, algún árbol frutal que se empeñó en volverse salvaje y sobrevivir a los restos de lo que algún día fue un hogar. Ellos siguen floreciendo, a veces encuentras una ofrenda pequeña de frutos, a pesar de la ausencia de cuidados y agua, quizás porque has decidido pararte, prestar atención. En estos márgenes que pensamos callados hay una multitud de historias y vidas entrelazadas que amasaron el territorio que pisamos y conocemos hoy. Es ahí, donde no reparamos, donde se encuentra un paisaje que pide otra mirada, que necesita un modo de estar, una forma de ser contado fuera de las narrativas centrales que nunca alcanzan a tenerlo en cuenta ni escucharlo. ¿Cómo escribir de aquello que nos rodea y nos moldea si no lo contemplamos? Germina aquí el comienzo del poema Puede ser un título, de la poeta Wislawa Szymborska: “ocurre que estoy sentada bajo un árbol, / a la orilla del río, / en una mañana soleada. / Es un suceso banal / que no pasará a la historia.” ¿Puede ser, que sigamos, a pesar de todo … quedándonos en la superficie? Rodeados de pequeños sucesos que se desarrollan en los márgenes que no pasarán a la historia pero que la constituyen y alimentan. ¿Por qué se encuentran excluidas de la historia? ¿Qué consideramos importante de preservar y archivar y qué queda al margen de la luz? Quizás, nosotros, los humanos, solo hemos insistido en considerar los vestigios y huellas del prójimo. Podríamos agrandar la atención a esos otros lugares que siempre hemos considerado lejanos, fuera de campo, fuera de especie. Tal vez sea en estos sitios donde podamos empezar un nuevo diálogo, una nueva oportunidad de contarnos dejando atrás la única forma. Margen, frontera, sendero, estela, hueco, cauce, reguera, paso … ¿y sí nuestro entorno, ese que tanto nos empeñamos en ordenar y fragmentar, tiene una memoria exacta y única del entramado que sostiene? Somos nosotros los que imponemos las lindes al paisaje cuando solo provocamos cortes y heridas, cuando solo nos relacionamos desde la jerarquía y la definición. Desde una gota de rocío en la mañana al instante justo en el que las flores comienzan a abrirse. Todo está interrelacionado, lleno de trayectorias y vidas superpuestas que hacen posible el mundo que conocemos cada día. Que no sea nuestro relato, no significa que cada ser no tenga una historia o canción propia. ¿Querremos escuchar? ¿Entenderlos? Donde no alcanza la vista, en ese paisaje que tememos pero que también nos conmueve, podemos encontrar nuevas y antiguas brújulas, palabras y mañanas diferentes para las generaciones venideras. Porque para imaginar y rehacer el mundo necesitamos de nuevos mapas, nuevos relatos que empiecen de cero con otras mesuras: es en los nuevos acercamientos donde se dejará entrever la luz de todo aquello que nunca quisimos contar.

*También traducido al inglés por Lubbock Scapes Collective

1 Comment

  1. Esperando esa lluvia que no llega, al menos llueven tus cartas, esa singular capacidad reflexiva y conectiva que tanto admiro. La cita al poema de Wislowa me ha llevado a otro de Pessoa, aquel de «El rio que pasa por mi pueblo…» que a buen seguro conoces.

    Un regalo, tus mesuras

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