quebrantahuesos


Quise contarle que el domingo vi un quebrantahuesos. 

De lejos, arriba, en la montaña, rompiendo el cielo con su silueta, dejando ridícula la altura a la que estábamos las demás. Quise contarle que el canto del ave es silencioso, que solo canta cuando busca pareja, y se deja llevar así por silbidos que se alargan convirtiéndose en un habitante más que se une al coro que nunca calla de animales y pasos del bosque. Un silbido que no sé si sabría reconocer allí, quieta, con una piedra en la mano izquierda que recogí un rato antes porque mojada me parecía bonita. Un silbido, que más que un canto parece un lamento, que corta la montaña en dos y calla y sigue. Un silbido que calla y advierte, que consigue que los demás, al oír a la sombra desde arriba, obedezcan. 

Quise contarle que su nombre científico realmente significa algo así como una mezcla de buitre y águila con barbas, que una parte de sus ojos es demasiado caliente, demasiado roja para pertenecer a las alturas y a las montañas. Quise contarle que dudé al principio, porque lo sentía demasiado arriba, demasiado inalcanzable. Y era eso lo que lo hacía más bello. 

Quise contarle que Sara, la pastora de la aldea de al lado me puso una mano en el hombro,y sonrió, mira María, un quebrantahuesos. Ella, sin saberlo, convirtiéndose en una madre que le da el primer nombre a la hija que pregunta sin preguntar, sin saber, pero que dentro del cuerpo del niño late y desea. 

Quise contarle que lo reconocimos por el vuelo. Que me sentí a la vez insignificante y poderosa, y también agradecida. Quise contarle que por segundos fui un organismo que formaba parte de un estrato de la roca, que cantaba nanas a los fósiles marinos que emergieron hace miles y miles de años ahí, del sedimento marino. Quise contarle que donde yo pisé hubo mar, otros surcos, otros cuerpos, otras olas. Quise contarle que no me quitaba de la cabeza un trocito del libro de Canto yo y la montaña baila de Irene Sola, un trocito que canta:venid, venid aquí, que os dejo un poco de espalda para que os hagáis una casa.

Quise contarle.

Quise contarle, pero al subir al coche tuve que ayudarle con el cinturón, pasarle a la espalda la cinta que debería cruzarle el pecho que ya no está. Quise contarle que después del quebrantahuesos me daba igual seguir sin tener mesa donde escribir, que en la ciudad veo demasiadas mariposas, pero al doblarme para ayudarle y cuidarla, rocé el pelo nuevo, fuerte, blandito, suave, pelusa. Y que mi cuerpo quiso quedarse así, más tiempo, durante horas, sin nada más, porque en ese instante no servía para nada más, solo como una extensión que calma y cuida, o eso intenta. Y quise decirle que ahí, en el parking de un absurdo centro comercial, me vino el silbido del ave que nunca escuché, las alas silenciosas cobijándonos a las dos, cubriéndonos de plumas y cantos, desgarrando una a una, con mimo las células culpables, las células enfermas, las células que nunca más deberían volver.

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