Escribo este pequeño texto que todavía huele a lana mojada y a lumbre, y no dejan de venirme a la cabeza las palabras de Delia, una de las profesoras de la facultad de veterinaria de Zaragoza que cada año acompaña en uno de los tramos a los pastores trashumantes: “qué bien que vengas, así podrás ponerle palabras a este camino. Todos los años al acabar nos pasa lo mismo, no encontramos palabras.” Quiso la vida que la noche antes de partir eligiera mi mano de la estantería un libro de historias y columnas de Bernardo Atxaga. Abrí una página al azar, y me topé de lleno con estrellas y ovejas. Para los pastores en la noche, Venus es una forma de volver a casa una señal, un amuleto. En euskera, se le llama artizarra: la estrella de la ovejas. Y así comencé la marcha, con un pellizco en el pecho, mezcla de nervios y ganas, como el tintineo dudoso de una estrella que acaba de nacer. Escribo trashumancia y se agolpa una multitud: Vidal e Ismael con sus perros carea llevando con su voz y su paso al rebaño. Juan Vicente y Urbano, hateros, manos que cuidan, que preparan la comida y el fuego. Morita, una cabrita prematura que se nos adelantó a la vida y que la madre no quiso, resguardada de la lluvia a lomos del burro Problemas, acurrucada entre mantas, aprendiendo a mamar y caminar gracias al empeño y el cariño. Las puertas de los pueblos que atravesábamos siempre abiertas, la nueva estela que surge del rebaño al pasar. Las pausas, los silencios, la mano en el hombro. Preparar el perol, siempre cuchara y paso atrás. Ese fuego que a pesar de la lluvia nunca se apaga y no se extingue hasta que no llega el alba, como si ese fuera su único cometido en la vida, como si no necesitara nada más para existir. La vida sencilla, la felicidad reducida aque no haga frío y no llueva demasiado, a que nadie ponga problemas al pasar con las ovejas por las cañadas, caminos públicos, de todas y todos. La vida misma, permanecer juntos, acurrucados, contándonos historias, pendientes, con las manos manchadas de tierra y musgo, exhaustos del camino y del tiempo, pero felices de acercarnos cada día un poquito más al lugar del destino: el que espera lleno de cobijo y alimento. La vida llena, sin parar de latir, pisando sobre huellas de tantos y tantas que con sus animales llevan haciendo la vereda desde hace miles de años, manteniendo el territorio, formando parte de la tierra, creando biodiversidad y siendo guardianes de nuestros ecosistemas y paisajes. Seguir caminando, insistir, a pesar de todas las trabas y zancadillas que siguen poniendo siempre los mismos a la ganadería extensiva y a los trashumantes. No sé si terminaré encontrando palabras para este pellizco, para el rebaño que siempre sigue adelante. Quizás no necesite palabras, porque llevo conmigo semillas, como las que se enganchan a lomos de los animales trashumantes y consiguen germinar a miles de kilómetros, a pesar de, sobreviviendo, dando paso, una vez más, de nuevo, a la misma vida.
*texto publicado en el número de febrero e la revista Vogue.
Fotografías hechas con una cámara analógica lomo de La Peliculera.