Las que se levantan

Columna publicada en Comer La Vanguardia para septiembre

‘El Banquete’ de María Alcaide, en Alcuéscar 
(foto: Asier Rua)

La memoria es caprichosa: aparece y hace de las suyas cuando menos te lo esperas. Conmigo últimamente, juega a presentarse sin invitación, a la hora de comer. Despliego el mantel, lo aliso con las manos, dispongo vajilla, servilletas, vasos y cubiertos, y de golpe llega la risa de mi abuelo, el olor a naranjas recién cogidas del árbol, los cristales empañados nada más abrir el puchero, mi abuela, mi madre, ellas, ellas nunca sentadas del todo, yendo y viniendo, detrás, en cualquier parte. Escribía el poeta argentino Roberto Juarroz que en el centro de la fiesta no hay nadie, que en el centro de la fiesta es donde está el vacío. También, replicaba, que en el centro del vacío hay otra fiesta. Recuerdo cómo se presentaban y se desenvolvían ante mí los misterios del mundo, cómo se desenrollaban las conversaciones en la mesa, mientras otras recogían y quedaban al margen, esperaban tiestos y cacharros, agua hirviendo y mistol. En ese centro de la fiesta había un vacío porque eran las de siempre las que nunca estaban, un lugar que a veces les era prestado un momento, un suspiro, porque la casa es un organismo que nunca descansa, un trapo viejo que siempre será necesario zurcir Tal vez, de ahí, las confidencias y los susurros arraigaban en otros espacios, mientras los grandes relatos quedaban prendidos con ellos en el mismo mantel. Recogiendo, enjuagando, secando los platos, metiéndolos de vuelta en la alacena, guardando el pan sobrante en la misma bolsita bordada de paño, fue en esos momentos y espacios donde la jerarquía doméstica me daba la bienvenida a los asuntos de mujeres. Un universo aparte con un lenguaje propio entre fuegos y silencios. Quedarse después de comer sin levantarse de la mesa no dejaba de ser, a fin de cuentas, símbolo de poder, de estatus. Permanecer quieto, hurgar entre dientes, huecos y encías, esperar al café mientras se juega con la servilleta, reposar, mirar el telediario, aguardar al sueño; al fin y al cabo, privilegio de unos cuerpos sobre otros. Puede que de ahí nazca una obsesión impaciente por la mesa: un lugar que no escapa de todas las circunstancias que no dejan de atraversarnos. Quizás, por eso, algo me pellizcó y me encandilé cuando vi las imágenes de El banquete, la intervención de la artista Maria Alcaide para los talleres de Filare en el pueblo extremeño de Alcuéscar. Porque en el centro de la fiesta siempre hay un vacío que pellizca, que escuece, un no-lugar que por fin se reivindica y se deja ver. En aquella mesa tan bonita y bien dispuesta se sentaron las mujeres del pueblo, las mayores y las jóvenes, las que nunca vieron el mar y las que por fin regresan. María, a través de la comida y la genealogía, con esta intervención, erigió un altavoz precioso en el que se engarzaban las historias personales de cada habitante y del pueblo entero. Alrededor de la visibilización de sus trabajos, se rehicieron los blasones y heráldicas del lugar. No se tallaron en piedra esta vez. Todas ellas, sentadas a la mesa, sin recados ni urgencias rompieron relatos y poder. Los linajes y las historias propias del territorio se volvieron orgánicos y vivos. Cada mujer inventó o rehízo su símbolo con los productos locales y ecológicos de la tierra: frutas, verduras y vino. Y así se equilibró el centro, y aparecieron la fiesta, la cháchara y la risa, los nuevos relatos que reparan pero que también hermanan, sueñan, crecen. El pueblo se volvió banquete, sustento, alegría, pan, redignificando la vida de todas aquellas que trabajaron a la sombra, calladas, invisibles. Maria sonríe al contarme que todo terminó en una comilona improvisada: blasones y escudos se convirtieron en alimento y fueron celebrados esta vez en el estómago, con pan y otros avíos que pusieron las vecinas. Del vino se encargó el cura. En el centro del pueblo no hay un vacío porque que hay una fiesta, y es ahí, en la fiesta, donde hay un banquete, en el que se quedan, por fin, las que primero siempre se levantaban. 

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