Almáciga en La noche de los investigadores

El maestro y la poeta

El despacho de mi abuelo de su casa del pueblo se transformó en una especie de refugio cuando él murió. Cartas, planos, manuales de ciencia, apuntes de la facultad, libros en francés, fotografías de vacas de leche en blanco y negro de Canadá, instrumentos de cirugía… Todos estos retazos que habían pasado por sus manos y que habían conformado poco a poco su vida, se convirtieron en un lugar al que aferrarse. Rebuscando una tarde entre sus apuntes y libros de veterinaria, descubrí que uno de sus libros de la carrera, el de bioquímica, abría cada capítulo con una cita de literatura. El primero, con de Shakespeare: “Somos de la sutil substancia con la cual están formados los sueños, y el sueño mismo circunda nuestra corta vida.”

Por entonces yo ya había empezado veterinaria, pero mi parte de escritora se peleaba a menudo con mi parte de estudiante de ciencias. Todo eso sumado, a que parte del mundo que me rodeaba me decía que me dejara de tonterías de libros y de poemas, que lo que tenía que hacer era centrarme y dedicarme a estudiar. Encontrar este libro lo cambió todo, fue una especie de revelación. ¿En qué momento nos metieron en la cabeza que ciencias y letras no podían ser un todo? ¿Por qué dejamos que se adentrara en nosotros esa expresión tan absurda de “yo es que soy de letras/ciencias” como manera de evitar lo que desconocemos?

Es curioso como algunos lugares marcan nuestro día a día, dejan huella, dan forma a nuevas narrativas. Conocí la antigua facultad de veterinaria de pequeña, mi padre, allí, era profesor de agricultura, y al regresar por la tarde del colegio, nos abría el aula de enfrente a su despacho y mi hermano y yo jugábamos a darnos clases. Recuerdo la luz entrando por las ventanas, el olor a formol de los sótanos de disección y anatomía, los pasos de los estudiantes por los pasillos. Siempre quise ser la tercera generación de mi familia que estudiara allí. Aunque hice veterinaria en Rabanales, siempre que paso por la antigua facultad miro el busto de Castejón y la ventana del antiguo despacho de mi padre, como si no hubiera pasado el tiempo. Me gusta subir a la azotea de mi casa por la tarde, cuando se empieza a ir la luz, ver el edificio y sus árboles, el vuelo de los pájaros anticipando la noche. Me gusta imaginar que me  cruzo a mi abuelo, a mi padre y al mismísimo Castejón por el barrio, con sus ventipocos y cargados de apuntes de camino a clase. Me gusta pensar en los sitios que pisaron, las mesas donde se sentaron, los apuntes que cogieron a mano. Y reescribir con mis manos y mi voz, mi historia.

 

*Texto para la intervención de Almáciga en La noche de los investigadores, en el Rectorado de la Universidad de Córdoba, Antigua Facultad de Veterinaria de Córdoba, junto al busto de Rafael Castejón y Martínez de Arizala, veterinario, historiador y arabista.

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(Diseño de Almáciga Francisca Pageo. Montaje de Rafael Obrero. Pacas de heno de Felipe Molina. Propuesta de Elena Lázaro para La Noche de los Investigadores. Gracias, queridos)

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