Columna publicada en Comer La Vanguardia para octubre de 2023
Vacié el remolque. Esparcí por el suelo la madera cortada. Ramas y troncos de pino y retama, alguna piña, cortezas sueltas con líquenes y hongos. Si este calor se va, pronto serán corazones de fuego para el combatir el frío. Al verlas así, desde arriba, desperdigadas, se me aparecían como un listado de cosas pendientes, los ingredientes de una receta de las tantas que guardo en mi cuenta de Instagram —sí, las mismas que nada más verlas las olvido—, aquellas ideas que voy anotando en diferentes sitios para el libro que estoy escribiendo, y la suma sinfín de pendientes que entraña lo doméstico. Cogía una a una la leña para apilarla, y mi cabeza se convertía en una montaña rusa a toda velocidad: Tendrías que ponerte con el trabajo, escribir la columna, quitarte el miedo y acabar ese capítulo, coger los membrillos que se estropean, poner a secar las nueces, revisar manzanas y castañas, cocinar algo rico, leer los libros que seleccionaste para ese proyecto… Aprieto las ramas contra mí y me regaño a mí misma. Es domingo. ¿Por qué no, simplemente, no hacer nada? ¿Descansar? ¿Disfrutar de cualquier cosa sin el pensamiento atroz de sacarle partido o provecho para algo? Arriba están un pequeño sofá y una libreta que se abre por el peso de un lápiz rojo. Si alguien subiera ahora mismo, podría leer: escribir sobre qué entiende una por la abundancia, se muere un bardal, mujer que come sola en la mesa de una antigua máquina de coser, qué come un tejón, 23 de septiembre: último día que llovió… Pero también encontraría desorden, alguna telaraña, pequeñas torres de libros por los rincones, un falso techo que se agrieta y deja caer el polvo, cestitos de mimbre con fruta y verduras por todos lados… Sigo divagando. No sé por qué, siempre sucede cuando hago un trabajo que requiere usar las manos, fuera de lo meramente intelectual. Ya sea fregar los platos, secar los cacharros, partir las almendras, remover lo que se hace a fuego lento en la olla, acarrear leña, apilarla, verla arder hasta el final… En esos espacios en los que no cabe la inmediatez siento que las ideas florecen y prosperan radiantes. Ayer me reía al ver que la camiseta blanca que llevaba había cambiado de color por el polvo. Otra vez irremediablemente el pelo sucio, algunas heridas nuevas en las manos. Reflexionaba sola pensando en lo que enseño en las redes y lo que realmente soy. Sé que hay una María sentada, esperando a que la María del día a día tenga tiempo para compartir lo que escribe, hablar con las amigas, o sencillamente sentarse y escribir. Hace poco me propuse aprender a no torturarme por eso —aunque se hace difícil en estos tiempos—, y a dejarme llevar por lo que me rodea y lo que me pide y puede el cuerpo. Intento cada día mirar el lado bueno de las cosas que se presentan, y trato de no sucumbir a esa hambre voraz y de mentira que otros imponen. Ojalá una calma habitable para todos, el tiempo necesario para prestar atención, de eso sí que tengo hambre, hambre de verdad: esa es para mí una de las urgencias verdaderas. Si no, me habría perdido esta mariquita amarilla con puntitos negros que llegó de la madera a la palma de mi mano. Nunca vi ninguna así. Más tarde, leeré en el ordenador que la llaman mariquita de veintidós puntos, y a que diferencia del resto no se alimenta de pulgones y otros insectos, sino de hongos. No dejaré de leer, porque Google me hará la siguiente sugerencia: qué significa que se te acerque una mariquita amarilla. Y seguiré leyendo: El color amarillo manchará tu mano. Cuando veas una mariquita amarilla, debes prestar atención a tu entorno. Más tarde escribiré a mi mejor amiga para contárselo, mientras hablamos del cansancio y la pereza, mientras pienso a la vez en qué podemos preparar para la cena esta noche. Mi amiga me quita las dudas, rompe las vueltas que doy para evitar arrancarme a hacer lo que debo y quiero. Se enciende la pantalla. Un emoji de carita sonriente y una sola palabra: Escribe.
«Reflexionaba sola pensando en lo que enseño en las redes y lo que realmente soy». Lo que mostramos por las redes -me reefiero al menos a un blog, no hablo de otras redes en las que no participo- también es lo que realmente somos. O puede serlo, cada cual sabe. Depende de lo que escribamos y cómo lo hagamos.
Saludos, sigo leyéndote.