La primera mujer

¿Qué sería de este libro si no lo hubiera escrito una mujer?

Esta es una de las cuestiones que más me planteo últimamente acerca de los libros escritos por mujeres que suelen ocupar los lugares más lejanos de las bibliotecas, que se encuentran perdidos, descatalogados, olvidados. Diario rural, de Susan Fenimore Cooper, es uno de estos libros. Publicado por primera vez en 1850 —y con apenas diez ediciones repartidas en el tiempo durante dos siglos—, es un ejemplo de cómo, por el simple hecho de ser su autora mujer, un libro no recibe la atención ni el reconocimiento justo que merece. Susan no era una escritora cualquiera; de hecho, no solo era escritora. Tenía formación en historia y arte, sabía idiomas y llegó a estudiar botánica y zoología. Pero también era «hija de». Su padre, James Fenimore Cooper, fue uno de los escritores americanos de aventuras más reconocidos, autor de libros como El cazador de ciervos y El último mohicano. Es importante traer este pequeño detalle hasta aquí porque los que nos preceden a veces nos sustentan y enseñan, pero también a veces eclipsan, y sin querer, aunque nunca lo sabremos, dejan a la sombra.

Un dato curioso acerca de muchas autoras que escriben sobre naturaleza es que heredan este vínculo al medio, y a los animales, por el padre o por el abuelo. Siguen el camino que marcan los hombres de la familia, pero se convierten en las primeras mujeres en escribir sobre el terreno de una manera diferente, con un estilo totalmente renovador y nuevo. Es el caso de Susan Fenimore Cooper con este libro, y de obras que se han editado recientemente en nuestro país como La memoria secreta de las hojas, de Hope Jahren, y El ingenio de los pájaros, de Jennifer Ackerman. Mujeres que, siguiendo la estela de las profesiones o aficiones de los padres, prosiguen con ellas a través de la escritura. También todas comparten una admiración y un sentimiento de amor profundo hacia ellos. En el caso de Susan: es tan grande el apego y el amor hacia el padre, que no llega a casarse porque él consideraba que ningún pretendiente estaba a la altura de su querida hija y, cuando este muere, ella deja de escribir y se dedica por completo a salvaguardar la obra del padre, y a la beneficencia. Su obra literaria desaparece con el padre, lo que nos lleva irremediablemente a preguntarnos: ¿cómo hubiera sido la carrera literaria de Susan Fenimore Cooper sin la figura de su padre? ¿Habría ido a más? ¿Y si se hubiera casado? ¿Habría pasado de ser eclipsada por el padre a convertirse en una sombra atenta y obediente al marido? ¿Habría crecido su escritura sin la figura masculina?

Consideramos a Henry D. Thoreau el padre por excelencia de dos términos que hoy en día han vuelto a estar en boga: Nature Writing y Environmentalist. Tenemos a Walden como una obra sin precedentes, un manual único de defensa de la naturaleza y una crítica feroz que cuestiona los modelos de producción y la sociedad. Un ensayo que termina convirtiendo a su autor en uno de los padres fundadores de la literatura de Estados Unidos, y que lo presenta como un tótem imprescindible de la literatura. Es imposible no relacionar a Susan Fenimore Cooper con Thoreau al leer Diario rural, tras celebrar tanto a Walden y a su autor. Aunque parten de premisas y lugares diferentes, comparten muchos puntos en común: ambos escriben sobre lo que les rodea. Siendo el medio natural esencial en su obra, reflexionan, contemplan, narran a partir de lo que ven de una forma que se deja mecer a veces por la ficción, y que también llega a ser, a menudo, poética. Y por supuesto, cada uno —a su manera— apuesta por la conservación de la naturaleza y advierte sobre el peligro que supone para el medio la acción del hombre sin medida. Dos escritores que brillan por su conciencia ambiental como nunca antes había sucedido en la historia de la literatura de su país. Pero esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿por qué reconocemos y nos es tan familiar Walden, y no ocurre así con Diario rural?

 

Sí, Diario rural se publicó cuatro años antes que Walden. ¿Qué curioso, verdad? Sabemos que Thoreau leyó Diario rural, y que en uno de los medios en los que colaboraba hizo alguna mención sin pena ni gloria al libro de Susan. Hoy sabemos que lo leyó. Vuelve el género a marcar la escritura y a cuestionarnos una vez más: ¿y si Diario rural hubiera sido escrito por un hombre? ¿Se habría cuestionado a Thoreau? ¿Se habría hablado de una obra fundamental que lo precedía y que claramente había sido influencia y semilla?

Con Diario rural, Susan Fenimore Cooper se convierte sin saberlo en una pionera de la conservación y la ecología. En estas páginas encontramos pasajes llenos de una fuerza arrolladora que podrían ser perfectamente partes de poemas. Es imposible no acordarse de Emily Dickinson conforme crece la lectura. La Susan narradora no habla, no ordena, no dicta. Nos incluye a todos nosotros en su cuaderno. Nos apela, con una escritura llena de sensibilidad y luz. Su palabra incisa, pero calma, serena, está llena de tonos, ritmos, colores, murmullos. Aquí los árboles y los animales se dejan mecer por una escritora naturalista que, atenta, describe como nadie los cambios de estación, las migraciones de las aves, la llegada del frío, el orden natural de las cosas, las canciones que suceden día tras día en su entorno. Susan, como espectadora, no solo escribe sobre el medio que la rodea, sino que involucra a los habitantes y los mezcla con pasajes de literatura, con cuentos populares y costumbres. Su conciencia ambiental inunda cada una de las páginas de Diario rural, convirtiéndola a ella, y no a Thoreau, en la primera persona en Estados Unidos en escribir un ensayo sobre la naturaleza. Porque Susan no solo describe: aboga por la conservación de la vida vegetal y animal que la rodea, advierte de las consecuencias de la industrialización y del uso de recursos naturales por parte del hombre sin mesura. Se aventura, incluso, observando a los pájaros que llegan con el cambio de estación, a predecir la desaparición de especies por culpa de la actuación del hombre sobre la tierra. Y aboga, como no se había hecho, por una acción medida del hombre sobre medio. Susan Fenimore Cooper utiliza por primera vez una palabra que no para de repetirse en nuestro día a día: sostenibilidad. Y escribe también para un mañana, porque no deja de pensar en lo que dejaremos para las generaciones futuras si no cuidamos nosotros, con nuestras acciones en el día a día, la naturaleza.

Pero las sombras no son permanentes: siempre llega el día que les toca marcharse y dar paso a la luz. Aunque tarde, al fin se reconoce a Susan Fenimore Cooper como la primera en escribir sobre el medio ambiente que le rodeaba, aunando territorio, persona y naturaleza como nadie. Plantando sobre el papel de manera clara y concisa los problemas ambientales que empezaban a traslucir en su época, y cuestionando la huella del hombre sobre el territorio, apostando por la conservación del medio rural y de lo salvaje como clave para el futuro.

Diario rural no fue su único libro. Escribió primero una novela de carácter social, Elinor Wyllys, y numerosos artículos y colaboraciones. Cooper fue una visionaria que también alcanzaba con su escritura la posición de la mujer en la sociedad. En 1870, en una carta que se publica en Harper’s New Weekly Magazine, se posiciona en contra del voto femenino porque piensa que con ello no está poniendo sobre la mesa algo fundamental para las mujeres de su época: tener el mismo acceso a la educación y a los puestos de trabajo que ocupaban los hombres y cobrar lo mismo que ellos. «El aspecto verdaderamente crucial en lo que respecta a la actual posición de las mujeres en Estados Unidos es la cuestión del trabajo y de los salarios. Es eso lo que afecta al bolsillo del hombre. Y el bolsillo es la parte más sensible de muchos hombres, aunque no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. No cabe duda ninguna de que las mujeres, ahora mismo, se están viendo apartadas de ciertas ocupaciones, para las que están bien adaptadas, por el egoísmo de algunos hombres».

Podemos afirmar que Susan Fenimore Cooper, atendiendo a su posición y a su época, era una mujer con conciencia de género, feminista y ecologista. Una escritora que atravesaba el paisaje con una voz personal y brillante, adelantándose a sus contemporáneos de género masculino que le arrebataron a ella el lugar de madre de la escritura de la naturaleza y de textos-germen por el conservacionismo, la biodiversidad y la conciencia ambiental colectiva. La primera mujer que, como tantas, se queda a la sombra, en silencio, dejando suceder por el tiempo y la sociedad de la que formaba. En Diario rural, escribe: «Los prados que nos rodean [los talaron] nuestros padres».

Me reconforta pensar que quizás a Susan le gustaría saber que hoy, al fin, volvemos la vista atrás y renombramos, buscamos, sacamos a la luz y recuperamos la voz de tantas mujeres. Tantas mujeres que fueron las primeras en abrir el campo a otras formas de mirar y permanecieron, injustamente, demasiado tiempo silenciadas y apartadas en la sombra.

Prólogo ‘Diario rural’, de Susan Fenimore Cooper, un ensayo que la convirtió, años antes que Thoreau, en pionera de la literatura que reivindica la ecología y la sostenibilidad. Publicado en El País.

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